Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el 2015 se registraron 42 millones de niños menores de 5 años de edad con sobrepeso; de ellos, 35 millones viven en países en desarrollo.
La obesidad infantil es uno de los problemas de salud pública más graves que enfrentan los países subdesarrollados. En Panamá, claramente lo es. Cifras del Ministerio de Salud dan cuenta de que los casos han aumentado 10 veces en los últimos cuatro años. Asimismo, la obesidad en el niño y en el adolescente es uno de los problemas clínicos de consulta pediátrica más frecuente, debido a un mayor acceso a nutrientes (buenos y malos) y a la disminución de la actividad física diaria (sedentarismo).
La problemática pública tiene sus bases en que alrededor de una tercera parte de la obesidad adulta inicia en la niñez. Se ha encontrado que esta se asocia con una obesidad más severa que aquella que aparece por primera vez en la adultez. Asimismo, el adolescente que persiste con su obesidad hasta la edad adulta, tiene mayores riesgos de morbilidad.
En la determinación de su prevalencia, son cada vez más conocidos los genes participantes, aunque también está muy claro su desarrollo debido a factores ambientales. Esto hace que su tratamiento sea difícil y debido a su asociación con el desarrollo de la obesidad adulta, desde el punto de vista sanitario, el enfoque está en intentar su prevención.
Definición pediátrica
Aunque en pediatría su definición se ha establecido en función de la relación de las gráficas tablas de crecimiento (un incremento del 20% del peso ideal con respecto a la estatura para la edad y el sexo del paciente), lo más idóneo es medirla en función del Índice de Masa Corporal (IMC).
El IMC está ampliamente validado para establecer la masa grasa en la evaluación de la obesidad infantil, ya que presenta una alta correlación con el peso y con la adiposidad y una baja correlación con la altura, salvo en el primer año de vida y en la adolescencia. Esto ha sido confirmado en los últimos años, y existen diferentes estudios que correlacionan el IMC con la cantidad de grasa corporal.
Factores de riesgo
La importancia de la atención de la obesidad infantil está en las posibilidades de persistencia de la condición durante la edad adulta, lo cual favorece la aparición de enfermedades asociadas como la hipertensión arterial, la diabetes mellitus y la hipercolesterolemia, con el consiguiente aumento de riesgo cardiovascular.
Cuando hablamos de obesidad infantil, nos podemos referir a dos tipos de factores de riesgo: los genéticos y los adquiridos, los cuales están muy interrelacionados. Considerando esto, la evolución de esta enfermedad tiene diferentes momentos o períodos clave: un primer período en la etapa prenatal y la primera infancia; un segundo período entre los 5 y 7 años de edad, y un tercer período durante la adolescencia.
Entre los factores genéticos está el componente hereditario. Diversos estudios han demostrado que cuando los progenitores tienen un peso normal, el riesgo de tener hijos obesos es del 14%. Si uno de los padres es obeso, el riesgo aumenta a 40% y con ambos, llega a ser del 80%.
También se han determinado algunos genes que regulan el comportamiento nutricional, como el gen LEP (ob) que regula la producción de leptina, una hormona que aumenta con la ingesta y disminuye con el ayuno.
Respecto a los factores ambientales, tenemos por un lado, una disminución del gasto calórico diario, que se debe fundamentalmente al sedentarismo: falta de actividad física y menos deporte con un aumento del tiempo libre dedicado a por ejemplo al uso de equipos electrónicos; y por otro, al excesivo aporte alimentario que se inicia en la infancia y se continúa en la adolescencia y en la que tienen decisiva importancia la comida rápida, adoptada por muchas familias.
La obesidad en la niñez y la adolescencia se asocia con muchas consecuencias adversas. Entre las más frecuentes está el desarrollo de una baja autoestima, que resulta de la discriminación de los compañeros y la sociedad.
Aunque las consecuencias médicas de la obesidad ocurren menos en los niños y adolescentes obesos que en los adultos, no es así si los comparamos con los niños que presentan pesos saludables. Esta relación tiende a ser similar a la de los adultos. La hiperinsulinemia se relaciona directamente con la severidad de la obesidad y aunque la diabetes mellitus tipo 2 es rara en la infancia, la prevalencia en niños y adolescentes obesos comienza a aumentar. Las hiperlipidemias, que se caracterizan por aumento de LDL y triglicéridos con HDL disminuida, es también frecuente. Aunque la hipertensión es rara en niños y adolescentes, el 50% de los niños hipertensos son obesos.
Tratamiento
Un pediatra endocrinólogo es el especialista más idóneo para atender este trastorno y usted puede acceder a estos en la provincia de Chiriquí. Si ya existe un cuadro de obesidad, es posible que el médico solicite análisis de sangre, que estarían orientados en verificar los niveles de colesterol y azúcar en la sangre, así como verificar desequilibrios hormonales, deficiencia de vitamina D u otras afecciones relacionadas.
El tratamiento para la obesidad infantil depende de la edad del niño y de si tiene otras enfermedades. El tratamiento generalmente consiste en hacer cambios en los hábitos alimentarios y en el nivel de actividad física. En determinadas circunstancias, el tratamiento también podría comprender medicación o una cirugía para adelgazar.
El tratamiento de la obesidad infantil es difícil porque requiere de la colaboración del niño y del adulto; por ello se apuesta por la prevención, la cual debe comenzar en la primera época de la vida, identificando a los sujetos de riesgo a partir de una historia clínica detallada, en la que son fundamentales los antecedentes familiares.
Como medidas preventivas, es importante fomentar la lactancia materna, el establecimiento de un plan de alimentación balanceada y promover la actividad física.
Por Dra. Cristina González – Endocrinología Pediátrica